
El presidente (mandato vencido) del radicalismo, Mario Negri, restriega nervioso sus manos sobre la cabeza. Está preocupado. Hace poco le ha confesado a sus íntimos: -“se nos cae el acuerdo con Juez”. Su escepticismo es cada vez más palpable. Tras el Pacto de Oliva no ha dejado de recibir reprimendas y, luego de su semiclandestina reunión con el líder del Frente Cívico en la Casa Radical, son muchos los que le advierten que se abstenga de avanzar en el asunto. Para colmo de males, ha surgido un inesperado actor que, al parecer, se propone dinamitar sus intenciones aliancistas: el impredecible Rubén Américo Martí. Su reciente reunión con el vicepresidente Cobos y el concejal Ramón Mestre no tuvo otro objetivo que fogonear al incipiente panradicalismo nacional y exorcizar la posibilidad de acuerdos con el juecismo. Negri maldice -una vez más- esta nueva piedra en el zapato puesta por un viejo conocido.
Voyeurismo político
Desde hace 10 años Martí es un misterio comparable a los secretos del cerro Uritorco. Es común que ingrese en prolongados “comas políticos”, de los que muchos suponen no saldrá jamás, para emerger súbitamente con apariciones fugaces pero siempre espectaculares. Luego vuelve a recaer en silencios autistas, en una introversión de monje cisterciense, hasta que reanuda el ciclo para desesperación de la conducción de turno del radicalismo.
El misterio se acentúa porque Martí se retiró de la política en el pináculo de la consideración pública. Luego de su exitosa intendencia (tuvo en suerte el gozar de los mejores momentos de la Convertibilidad) decidió, simplemente, abdicar del poder. Renunció a los honores, pero también a la lucha. Se fue sin dar explicaciones convincentes para nadie y dejando a su partido sin una de sus principales figuras. Tras la precoz de-saparición del ex gobernador Ramón Mestre, Martí podría haberse erigido en el líder indiscutido de la UCR e, incluso, batido exitosamente a José Manuel de la Sota en 2003, pero nada de ello sucedió. En su ostracismo, contempló pasivamente el ascenso de Luis Juez a la marquesina provincial y la declinante trayectoria de sus correligionarios.
Más de una vez los dirigentes radicales lo llamaron a gritos para que salvara al partido de la ruina, aunque siempre en balde. En muchos sentidos, y salvando las enormes distancias que existen entre ellos, Martí hubo de comportarse como Justo José de Urquiza después de Pavón cuando, enigmáticamente, dejó sus partidarios a la deriva y se recluyó en su feudo de Entre Ríos. A partir de aquel momento, y cuando las tropas de Mitre comenzaron con la “limpieza étnica” de federales en el interior, muchos de los caudillos sobrevinientes esperaron que el entrerriano hiciera justicia frente a las matanzas perpetradas por los arrogantes porteños. El Chacho Peñaloza y Felipe Varela aguardaron en vano su solidaridad armada, hasta que los liquidaron en forme inmisericorde. Existe una vibrante descripción de tan angustiosa expectativa en la obra “Las Mazas y las Lanzas” de Jorge Abelardo Ramos.Aunque sin sangre y con mucho menor dramatismo, Martí ha observado, con prescindencia de voyeur y a pesar de los llamados que se le hicieron, el desconcierto de los ejércitos radicales frente al notable avance de la turbamulta juecista.
El factor perturbador
Pero en muchos aspectos Urquiza fue más predecible que Martí. Al menos, nunca más se movió de Entre Ríos hasta que lo asesinaron en 1870. En cambio, el cordobés suele aparecer, de tanto en cuando, para espanto de los que ya lo habían olvidado. Negri, memorioso en su rencor, no olvida su ambigua posición frente a la candidatura de Kammerath en 1999 y el insólito café con Néstor Kirchner en marzo de 2007, acontecimiento sindicado como parte de la entonces prometedora “Concertación Plural”, con los radicales K asociados a la iniciativa. Cuando el hombre reaparece, genera conflictos en la UCR. Como si ya no tuvieran muchos que resolver.
El problema es que nadie sabe qué quiere Martí. Es el político cordobés con mejor imagen, y superaría en intención de voto a cualquier contendiente, pero se mantiene al margen de la puja electoral y del armado político. Esta prescindencia “part time” mantiene en vilo al radicalismo que percibe, con justa razón, que su supervivencia depende de lo que haga o deje de hacer este hombre impredecible.Al menos, las pistas que dejó tras su reunión con Cobos fueron claras: no quiere a Juez dentro del partido. De hecho, toda la reunión fue un veto a la intentona del Pacto de Oliva. Pero la claridad del mensaje llega sólo hasta allí. Del futuro no hay una sola palabra, ningún gesto. Probablemente la mayoría del partido celebre su política de bloqueo, pero también se quede con las ganas de que sea él quien los guíe hacia la tierra prometida.
Martí le debe al radicalismo alguna respuesta seria. Desde que fue ministro de Eduardo Angeloz contó siempre con su maquinaria para crecer políticamente. Fue intendente por dos períodos consecutivos y sólo su abdicación lo privó de ser gobernador. En muchos militantes existe la sensación de que el hombre debe devolver algo de lo mucho que recibió de su partido o, en su defecto, callar para siempre. Pero a nadie le agrada esta última opción: la enorme mayoría de sus correligionarios lo quiere de vuelta. Creen que su reingreso a la atmósfera política daría giro copernicano a las conjeturas electorales de corto y mediano plazo y neutralizaría las amenazas de ser fagocitados por Juez. La opción Martí suena como música en sus oídos, una dulce utopía en tiempos tan aciagos.
¿Epilepsia política?
Todo se reduce a si el esquivo dirigente será candidato. Pero esto es una cuestión de criptografía antes que de especulación electoral. La clave es interpretar qué mensaje quiso enviar cuando se reunió con el vicepresidente y con Mestre en Buenos Aires, más allá de su rechazo explícito al acuerdo con el Frente Cívico.
Los optimistas creen que esta fue una señal para relanzar la UCR desde su liderazgo y prestigio personal. Cifran sus esperanzas en que el plan que está urdiendo contemple su candidatura a senador y el respaldo a Julio Cobos como cabeza de un radicalismo reunificado. Los pesimistas, por el contrario, sostienen que el cónclave fue otro más de sus ataques de epilepsia política, luego de los cuales todo vuelve a estar como antes, sin explicación alguna.
Lamentablemente, ambas visiones se mueven en el vacío. Pertenecen al campo de la especulación, cuando no de la quiromancia. A estas alturas del comportamiento de Martí se necesita con urgencia un Monsieur Champollion que descubra alguna suerte de piedra Roseta para descifrar los enigmas de su comportamiento, sus jeroglíficas iniciativas. Tiene en sus manos nada menos que la salvación o destrucción de una fuerza política histórica y prestigiosa, pero su conducta es aleatoria y voluble.
¿Gran estrategia o simple bobería? Los próximos meses develarán el misterio o contribuirán a profundizarlo. Mario Negri no descarta, por las dudas, dedicarse al estudio del Tarot egipcio con algún mentalista. Quizá así llegue a entender alguna vez qué le pasa al ex intendente.
Fuente: La Mañana de Cordoba - Viernes 27 de febrero de 2009
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